Confluencia entre lo nuevo y lo viejo

Los adoquines cubren el suelo de las calles que se extienden entre las imponentes naves de ladrillo desde hace más de un siglo. Miles de días lluviosos han oxidado el viejo timbre de metal que, colgado de una fachada del patio central, señalaba el inicio y el final de cada jornada. Detrás de varias puertas de metal que permanecen abiertas más de doce horas al día se esconden los vestigios de lo que fue una de las fábricas textiles punteras del estado. Como si se hubiera retrocedido varias generaciones en el tiempo, entrar en el recinto de la «Fabra i Coats» transporta a cualquiera al pasado.

A pesar de que desde 2006, cuando el Ayuntamiento adquirió los terrenos de la «Fabra i Coats», se adjudicaran todos los espacios, todavía hay muchos en los que no ha empezado su restauración. «Los pisos tienen que comenzarse en 2016, el instituto en 2017… Cada día que pasa alargan más el inicio de las obras porque siguen sin tener «pelas»», explica Pere Fernández, presidente de la entidad «Amics de la Fabra i Coats«.  Con la compra y las primeras puertas abiertas, el Ayuntamiento permitió que los vecinos opinaran qué era lo que se debería hacer en el espacio constreñido entre la calle Sant Adrià y la calle Parellada. Pero, casi diez años después de la adjudicación de los espacios, casi la mitad de éstos siguen sin aprovecharse. Esta situación puede extrapolarse al resto del barrio, donde decenas de obras restan paralizadas. Las máquinas excavadoras forman parte ya del escenario barrial y parece que todavía se quedarán en sus estacionamientos durante un largo pero incierto período de tiempo.

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Los pabellones que se elevan sobre el recinto, que se encuentra en Sant Andreu de Palomar, tienen los techos triangulares propios de las antiguas fábricas. Las extraordinarias edificaciones se alzan sobre una confluencia de calles y callejones que atraviesan el recinto intentando comunicar las diversas naves, dibujando así una pequeña villa independiente dentro de un barrio barcelonés.

Los barrios de la ciudad condal tienen fuertes lazos con las fábricas que se han edificado en ellos, puesto que gran parte de sus vecinos trabajaron en ellas. La «Fabra i Coats», por ejemplo, fue más conocida por el sobrenombre de «Can Mamella«, no por el elevado número de mujeres que trabajaban en ella, sino porque al menos uno de los miembros de cada familia del barrio trabajaba en ella.

Uno de los usos que se les da a estos espacios industriales es el de la reconversión de antiguas naves en apartamentos destinados a varios colectivos más desprotegidos. En el recinto de la «Fabra i Coats» se ha destinado uno de los edificios para la construcción de viviendas dotacionales de alquiler para jóvenes. Esta adjudicación habitacional ha sido muy discutida por los vecinos y diversas entidades del barrio. Por un lado, desde el «Centre d’Estudis Ignasi Iglesias» (una asociación que investiga sobre el pasado del barrio de Sant Andreu y lucha por la conservación de su patrimonio) se ha criticado duramente esta concesión. Pau Vinyes, historiador y miembro de la entidad, se opone por dos razones: «Aunque no puedan tocar ninguna pieza edificada de la fachada, la construcción dañará el patrimonio. Además, dentro del perímetro de la fábrica se realizan muchas actividades culturales, incluidos espectáculos nocturnos, que molestarán a los vecinos. No estamos en contra de la vivienda pública, pero este no es el lugar adecuado para ello.». La entidad de «Amics de la Fabra i Coats», un grupo de quinientos ex-trabajadores que luchó por la conservación de la planta textil, comparte esa visión. En cambio, tanto la «Associació de Veïns de Sant Andreu de Palomar» como la Sede del Distrito y el Ayuntamiento están más que convencidos con esta propuesta. De hecho, nada queda por discutir: el espacio ya está adjudicado, y en cuanto se disponga del dinero necesario comenzarán las obras.

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Gigantescas naves de hasta cuatro plantas con puertas rotas y pintadas de un gris azulado dejan curiosear en el interior de cada recinto, descubriendo así espacios sucios y con olor a humedad y polvo que bien pueden estar vacíos o guardar una inmensa variedad de objetos, tan inverosímiles como piezas de atracciones de una vieja feria.

Desde los años setenta, en el estado español se han desarrollado varios planes urbanísticos con la intención de salvaguardar las antiguas fábricas de la ciudad. Tanto Catalunya como el País Vasco fueron reconocidas como los motores industriales del estado español. No es de extrañar, por tanto, que la capital catalana dispusiera de decenas de recintos y plantas industriales sin uso industrial cuando un proceso de desindustrialización azotó nuestro país.

Con la necesidad de nuevos equipamientos por parte de la ciudadanía, los Ayuntamientos catalanes tuvieron que buscar nuevos espacios para adaptarlos a las exigencias de los vecinos. Una de las soluciones que se encontró a esta problemática fue la reconversión de las vetustas fábricas que ya estaban en desuso o que pretendían cerrar su actividad económica y buscaban potenciales compradores. De este modo, diversas administraciones comenzaron un proceso de compra de fábricas urbanas para su posterior transformación en espacios públicos. Barcelona se convirtió en una de las ciudades destacadas en este tipo de reconversiones.

Una decena de excavadoras y grúas de pequeña envergadura salpican el suelo industrial. Las cintas de plástico que las rodean, y evitan que la gente se acerque a ellas, indican que su estancia se ha prolongado durante unos cuantos meses. Los suelos adoquinados se llenan de parches de cemento que debían ser provisionales pero que ya han visto pasar varios veranos.

Las industrias que en su día fueron el motor de un país sufren una metamorfosis que busca darles un nuevo uso. La ciudadanía, por otro lado, no sólo demanda la utilización del espacio, sino que busca mantener el patrimonio industrial de cada fábrica. Por lo tanto, se ha intentado mantener la estructura y algunas de las piezas y partes características de cada fábrica (dependiendo de cada caso se conservan más o menos elementos). Se busca evitar que su valor simbólico se pierda y caiga en el olvido. De este modo, en un mismo espacio, convergen espacios cívicos, culturales y educativos con emplazamientos cargados de historia.

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Justo al lado de la pista polideportiva, donde juegana fútbol los niños que forman parte del club «Club Esportiu Fabra i Coats«, los cristales rotos de los edificios y las entradas valladas no transmiten más que dejadez. El contraste entre los edificios renovados y tratados con el mimo de los vecinos y los que están dejados y que no han sido todavía ocupados es más que evidente.

A pesar de los temas más polémicos y en los cuales más discrepan los vecinos, la «Fabra i Coats» parece responder a las demandas de los ciudadanos, aunque algunas de ellas parece que se están haciendo de rogar, como la construcción del instituto. Lo que es seguro es que las naves que fueron levantadas en Sant Andreu son una de las partes fundamentales del barrio y del distrito. Su conservación ha sido motivo de la lucha vecinal, del mismo modo que su aprovechamiento y reconversión en espacios públicos. Ahora los vecinos pueden disponer de grandes espacios para la gente y podrán seguir contemplando una pieza fundamental en la historia de muchos de los «andreuencs». «Cuando mis bisnietos vengan al instituto sabrán que esto era una fábrica donde yo trabajé durante cuarenta y tres años, toda una vida» cuenta Pere Fernández visiblemente emocionado. Y es que la Fabra i Coats es un ejemplo de como se puede mantener el patrimonio y a la vez satisfacer las demandas de la ciudadanía. Es un ejemplo de como lo viejo con lo nuevo puede confluir.

 

Texto y fotografías: Carolina Alvarez Borrell

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